Pick and Go

Periódicamente, el Council formado por un grupo de personas consideradas entre las más entendidas del rugby mundial, se reunen para analizar el desarrollo del juego del rugby en todas sus fases y reglamentos, para reducir las brusquedades que parte de los textos del reglamento pueda permitir, y para dotar de espectacularidad a otras fases de juego, para hacerlo mas atractivo. En el fondo subyace la profesionalización, y para ello es indispensable que los aficionados acudan a los campos en calidad de espectadores de pago. A este respecto nada dicen de las condiciones de acceso y permanencia, precios, comodidad, servicios mínimos (por niveles de competición, of course), etc., pero eso vamos a dejarlo aparte.
Después de muchos años de escasas modificaciones, salvo el valor del ensayo o try, que de los años sesenta al ochenta (aprox.) del siglo pasado, pasó de tres a cuatro, y de cuatro a cinco puntos, valor actual. Tocaron el maul, eliminaron la melée abierta, modificaron las distancias del fuera de juego en las líneas, toquitearon el juego de la primera línea sin resolver el problema, el “mark” fuera de veintidós fue eliminado, y la patada directa en juego a touche fuera de veintidos también fue eliminada. Establecieron “el ascensor” en la touche, que a muchos nos pareció un circo, porque los árbitros por aquí no se enteraban, y el gran hallazgo: El Pick and Go.
Sabemos que la IRB está preocupada con los problemas que esta fase de juego y su absurdo amparo reglamentaqrio protege, porque va en contra de su objetivo principal: la captación de espectadores para el rugby. Es el antiespectáculo. La negación de los principios del rugby y de su presumida ética. Sitiar la linea de marca del contrario a diez o quince metros cuando se considera el equipo atacante con fuerza y ganas como para entrar, lo hemos hecho todos los que hemos jugado a rugby, y más concretamente los delanteros. Pero hemos atacado de pié y hemos defendido la posesión, entregando el balón al compañero cuando no podíamos avanzar un milímetro más, o fijando al contrario y consiguiendo la verdad del rugby: el dos contra uno. Pero cuando ves repetir veinte o veinticinco veces (algunos documentados les llaman fases de juego), y no me refiero a ningún equipo de barrio, sino nada menos que al Munster, por ejemplo, de hace dos-tres años, con el equipazo que tenía, a ver si conseguía que el contrario hiciese un fuera de juego, es como para pitarle una falta profesional, como existe en las competiciones organizadas por SANZAR en el hemisferio sur. Nos parece un sacrilegio deportivo traer a Howlett de Nueva Zelanda para jugar así. Bueno, con el pecado llevan la penitencia. Así andan ahora, crisis aparte.
Como suele ocurrir, los años post-mundial son aprovechados para reflexionar, y según nos dijo la primavera pasada en Donostia el Vicepresidente de la IRB y responsable de organización del Mundial de Nueva Zelanda (suponemos que no será el único ni el mas alto), van a considerar en el Council, la conveniencia de modificarlo a favor del espectáculo y por la cantidad de lesiones y delanteros necesarios en las plantillas, encareciéndolas porque los delanteros no juegan a rugby, hacen sumo japonés. Pero también, como le dijimos, y esto les llega al alma a los directivos de la IRB, por la deserción del veinte por ciento de espectadores en los grandes estadios, sobre todo del hemisferio sur y lo que ello supone en dinerito contante y su repercusión publicitaria directa (contratos), y publicidad indirecta (TV), al bajar el nivel del espectáculo.
Una más. El mayor nivel de profesionalismo en el rugby, que es el Torneo Supe XV (este año se denomina así), jugado como todo el mundo del rugby sabe por franquicias de Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda con organización privada, ignora el pick and go en su juego prácticamente, dotándole de un mayor dinamismo y eliminando los tiempos muertos que se producen en jugadas estáticas con paradas de juego. Ese es el futuro. El espectador quiere ver hacer cosas que él no puede hacer ni de lejos, ni en sus mejores tiempos, y tirarse al suelo sin que prácticamente te toquen, para hacer una montaña de jugadores que de jugar nada y de golpearse y jugarse las cervicales, para conseguir que pasen los últimos siete minutos de partido o que el contrario incurra en fuera de juego, a muchos espectadores nos parece un fraude.
A los espectadores, sobre todo a los “clásicos”, nos encanta el juego “de delantera”. Sin eso el rugby pierde su principal esencia e identidad. Pero que no nos den gato por liebre estos entrenadores copiadores de lo peor. Cuándo se van a enterar que aquí ni podemos ni nos interesa jugar así. Por copiar, a ver si copian la técnica de transmisión francesa, y no tirar las “piedras” que se pasan que hay que levantar los brazos para cogerlas, frenando la carrera, por ejemplo. Pero como dijo recientemente mi admirado Pablo Feijóo, si un entrenador no sabe pasar, es imposible que enseñe a pasar. Y es que muchos carnets de entrenador parecen de tómbola. Y por aquí hay que empezar en nuestro rugby, si queremos salir adelante. La Federación Vasca anuncia para este verano cursillos de diversos niveles. Tocaremos el tema en otra intervención, pues el asunto tiene mucha miga. Hasta pronto.

¿Por qué jugamos tan mal?

Nos referimos al rugby gipuzkoano, pero podríamos trasladarlo al rugby español, y hasta al Top 14 francés
La consecuencia que hemos sacado analizando los últimos tiempos, es que la responsabilidad es de los entrenadores. Muchos por que no saben. Otros porque son resultadistas sin cultura de rugby. Y otros por miedo a su destitución. Pero no son todos. Hay magníficos entrenadores, pero están casi siempre en las divisiones y edades inferiores, lejos de las figuras que salen en las informaciones y no hablan: pontifican. Como si hubiesen inventado el rugby. Y los que no les copian su forma de actuar, están desfasados. “Ese rugby no se lleva”. ¿Qué rugby no se lleva?
Vamos a empezar por el principio, como dicen en La Ribera. El saque inicial, o coup d´’envoi. Antes se lanzaba alto y quince o veinte metros, hacia el lado de la delantera, para que nuestra delantera pudiese llegar a disputar el balón en el medio campo contrario. Ahora se envía, en la mayor parte de los casos, con un magnífico botepronto (que podrían prodigarlo durante el partido hacia palos) ,para meter el balón en la veintidos contraria, que parece un logro. Antes el Apertura o el Zaguero receptor, reenviaban el balón a touche a la altura del medio campo, o a campo contrario, estabilizando el territorio propio. Ahora un jugador coge la pelota en veintidos, y sale de la misma para percutir (es un decir) contra el primer contrario que encuentra, y sin animo de continuidad en juego de pie, se deja caer al suelo, porque la postura, de entrada, ya es de suelo. En el mejor caso, y con la ayuda de cuatro o cinco compañeros que se juegan las cervicales en el “ruck” que su figura de compañero ha marcado, sacan el balón y lo transmiten atrás para ser jugado. Pero como el figura ha salido de veintidos, no se puede tirar directamente a lateral, con lo que el pateador tiene que hacer dibujos y alejar el máximo el balón, sabiendo que lo va a entregar al contrario, que te monta el contraataque. Primera tontería.
Touche en nuestro campo, o hacia el medio del terreno. La ganamos y hacemos un “maul” y empezamos a empujar hasta donde nos dejan los contrarios, o se derrumba por inestabilidad propia. Hemos ganado diez metros donde diez metros no son nada, y menos si lo comparamos con el esfuerzo de siete u ocho jugadores, que podrían estar en campo abierto apoyando a la línea, en ataque. Señores, esa jugada hay que hacerla en la veintidos o cercanías ,del campo contrario, armar un sólido maul, y a una voz (siempre la misma) del leader del “pack”, avanzar paso a paso para no perder estabilidad, haciendo acudir a todos los delanteros contrarios, y a alguno más, si se sigue avanzando. Y los que entran no saben dónde tienen que empujar. La iniciativa siempre es del portador del balón. Acabo de ver hace media hora en Rencontres a XV de la segunda francesa TV a Colomiers, del Top 16, entrando como un Panzer en la marca contraria. La misma jugada, pero en el momento oportuno. Una no sirve para nada, y la otra es un ensayo, y además, psicológico, que impacta al contrario. Y es que el rugby, todavía sigue siendo un deporte para inteligentes.
Estamos diciendo que en España, en rugby, no hay físicos. Sin entrar en los variados motivos por los que el rugby no convoca físicos (mucho menos que antes), vamos a admitirlo. Cambiamos el juego de contacto, de suelo, y desarrollamos el juego dinámico abierto, para lo cual se supone que tenemos deportistas de condición atlética, bien adiestrados técnicamente, y enseñados por conceptos, no por instrucciones concretas del entrenador, como si éste adivinase cómo van a jugar y reaccionar todos y cada uno de los contrarios en todos y cada uno de los encuentros que se van a jugar. Gran error generalizado en los entrenamientos. Pero no. A pesar de no tener “físicos”, jugamos como gladiadores, pero sin gladiadores. Y así nos va, cuando enfrente tenemos a equipos “normales”, con estructura equilibrada y fundamentos de rugby.
Otro error. No hay capitanes en los equipos. Solo sirven para elegir campo, y poco más. El Capitán, en un equipo de rugby, es la continuidad del Entrenador en el campo. Debe adaptar el juego y las tácticas en función de la actitud y potencial del contrario. Y marcar las jugadas, no permitiendo sacar un balón de una delantera que está avanzando en grupo, por ejemplo. Y ser enérgico con las actitudes “relajadas” cuando se producen.
Otra. Sobre todo en las líneas de tres cuartos. Un jugador coge un balón, y lo transporta como si fuese un bebé. Sin moverlo. Sin crear incertidumbre. En línea recta. Con el movimiento “telefoneado”. Sin creatividad. O sea, fácil de defender.
Los alas hacen uso de la franja de cinco metros de la banda, en cuanto cogen el balón, cuando esa banda deben tenerla “en reserva” para el desborde, un cambio de ritmo, y lanzar un balón a seguir cuando creen que no pueden eludir el placaje. Esos cinco metros son para emergencias, chavales.
Las defensas presionantes. Hoy en día, como ayer y anteayer, los defensores han sido presionantes, como es su obligación. Pero antes, esa presión se atenuaba o eliminaba, incluso con ventaja para el atacante, con la profundidad y el juego-arte de pié. Ahora se choca, una y otra vez, esperando que un delantero nos saque las castañas del fuego formando un “ruck”. Mientras admitamos como jugada normal, que un balón transmitido a la tres cuartos vuelva al paquete de delanteros sin haber ganado un metro, para protegerse, estaremos retrocediendo en la búsqueda del rugby como espectáculo consecuente. Cada jugador tiene que tener un abanico de posibilidades técnicas para resolver las distintas situaciones, y pensar en la estrategia más adecuada, antes de que le llegue el balón. Después le puede salir bien o mal, pero si el diseño de la acción ha sido lógica, o incluso razonadamente audaz, sus conmpañeros le van a disculpar, y él va a trabajar el fallo en los entrenamientos, como un tenista trabaja el revés de izquierda, si es su punto débil. Todo menos conformarnos y persistir en el error como algo normal. Dentro del nivel de compromiso de cada uno con el club y con sus compañeros, tenemos que ser consecuentes, y los entrenadores, recordarlos cuando haga falta. Hablamos de valores en rugby, y luego permitimos el pasotismo como algo normal en la juventud. Mala, muy mala enseñanza. Si el rugby es una escuela de vida, hay que recordarlo. La práctica de nuestro deporte tiene muchas exigencias, para no tener lesiones, para lo cual es necesaria una dedicación para el cuidado físico, técnico y cultural (bastante abandonada la cultura del rugby), y aprovechar ese tiempo de dedicación en grupo, para ahondar en recursos sociales que ayuden a mejorar la convivencia en nuestro entorno familiar y profesional. En tiempos de autoaislamiento como los actuales, no hay muchas oportunidades de tener veinte o treinta jóvenes juntos con la sana disposición de hacer deporte y relacionarse. Eso también deben aprovecharlo los entrenadores. Fomentar la intercomunicación, la distensión y la amistad, organizando o proponiendo pequeños actos de diversión extradeportivos con el grupo. Y si no han sido capaces de hacer un equipo campeón, habrán contribuido a hacer un equipo de amigos, y créanme, en la carrera de la vida, es mucho más gratificante. Que quince o veinte años después te llamen para ir a cenar todos o casi todo el equipo junto, no lo cambio por un campeonato, aunque si además ha caido alguno, no le vamos a hacer ascos, que uno es jugador de mus. Hasta otro día.