Continuando con el análisis del rugby gipuzkoano a mitad aproximada de la temporada l2-l3, constatamos el auge en la provincia, y el gran descenso en la capital, Donostia. Y alegrándonos por las familias de rugby de Irún, Lasarte-Oria, Hernani, Zarautz, Eibar, Ordizia y Arrasate, que están demostrando saber hacer la gestión de las entidades socio-deportivas en sus respectivas localidades, trabajando contra corriente y manteniendo el rugby con el mérito extraordinario de sus voluntarios directivos y técnicos. Y desde Donosti, mirándonos el ombligo. Lo tenemos todo, y no hacemos nada. Faltan directivos con vocación. La preparación viene sobre la marcha. Este es el problema. Personas a las que el rugby les atraiga, y sobre todo personas a las que el rugby les ha dado mucho o menos, eso depende de la capacidad de agradecimiento de cada uno, pero que en un momento de su vida le dio la oportunidad de conocer gente sana, costumbres deportivas únicas por su nivel ético social, lúdico y humanístico, y que ahora el rugby necesita de ellos. Faltan personas que no jueguen, para mejorar las condiciones de los que juegan. Para convocar técnicos formadores antes que competidores, con cualidades didácticas y psicológicas para comunicar sus conocimientos técnicos y hacer de una persona con mentalidad deportiva, un jugador de rugby a través de la preparación física adecuada para las fases del juego, incidiendo en las contraposturas para preservar su integridad física al máximo, enseñando la técnica de manejo del balón, y los movimientos en los espacios cuando no se tiene, la defensa directa o colectiva, los movimientos tácticos en función de las situaciones, y por encima de todo, el trato cordial, comprensivo y personalizado con cada jugador, porque al rugby aterrizan personas de todo tipo, como un reflejo lógico de la sociedad, y no sirve el “café para todos”, como no sirve una forma de jugar colectiva uniforme de un equipo del minuto uno hasta el último, cuando los contrarios juegan cada uno de forma diferente. Y este ya, es un problema exclusivo de entrenadores y capitanes, condición esta última, que se ha perdido, como el carácter lúdico del Tercer Tiempo, que se ha convertido en una rutina, perdiendo la inigualable oportunidad de la cohesión y camaradería entre los árbitros y jugadores, comentando distendidamente jugadas sancionadas, y desdramatizando errores mútuos, haciendo unas risas y cantando juntos, si se tiene ganas, y los directivos, uniendo instituciones. Volviendo a los capitanes, que actualmente no pintan nada, su papel en el campo debe ser la continuidad del entrenador. Exigiendo, aconsejando, marcando “tempos” de juego para oxigenar al equipo cuando hace falta. El entrenador no sabe cómo están física y anímicamente los contrarios. El capitán, si. Porque está a centímetros. Y puede y debe tomar decisiones sobre el juego. Y el entrenador, respetarle. Por eso no debe ser cualquiera el Capitán. Y no debe ser designado. Debe ser elegido por sus compañeros. Así será respetado como “leader” en el campo, y sus decisiones atendidas. ¡Ah! Y también representa al equipo fuera del campo. Como interlocutor ante la directiva de las propuestas o preocupaciones del equipo, pero también cuando uno se desmadra, llamarle al orden. Y al que “se despista” y no viene al entrenamiento. Fuerte bronca. Es el que canaliza el compromiso de los jugadores con el club, y el que más fomenta el orgullo de pertenencia y los valores éticos del rugby.
¿Demasiada responsabilidad? Para el que tiene condiciones, no. Hemos conocido y nos hemos beneficiado de un Capitán, que era el más joven y el más pequeño físicamente del equipo. Y yo era el entrenador y jugaba. Pero el Capitán era él. Y dirigía el grupo de maravilla. Y estaba “lo mejor de cada casa”. ¡Joder, que banda!. Pero a la hora de entrenar y jugar, sobraba casta.
Añoramos aquellos entrenadores, árbitros, directivos tan cercanos. Hasta los espectadores formaban parte del equipo. La verdad es que, a vernos, iban la media docena de novias de jugadores, alguna admiradora (había mucho sex appeal en el campo), y gente de la cuadrilla que, o iba a vernos porque les habíamos amenazado, o para descojonarse un poquito. Pero así hemos disfrutado y sido felices muchos años. Y repetiríamos si hubiese oportunidad.
Ya sabemos que el rugby ha cambiado, pero a peor. Se juega técnica, táctica y temperamentalmente, mucho peor. La “pasta” no ha llegado al rugby, y sí las deudas. Han llegado muchos más espectadores, pero sin educación, o con muy mala. En algunos campos, en ocasiones, se informaba y orientaba por megafonía de las características del juego, de los jugadores, de los clubs que jugaban, para que los espectadores, si eran nuevos, tuviesen una idea de lo que tenían delante. Ahora, con toda la tecnología que tan mal aprovechamos, te van con un bombo a meter ruido y joder los tímpanos del entorno, interrumpiendo los comentarios, con la disculpa de animar al equipo local. ¡Por favor!. Nos da igual que nos consideren unos pesimistas o falsos románticos. Los de “nuestra quinta” saben que tenemos razón, y los “modelnos” no saben de qué va esto.
Y para terminar, a ver si se sigue el ejemplo de Ordizia, y los chavales de las escuelas de rugby asisten a los partidos del primer equipo, recibiendo en el campo al equipo visitante. Que una cosa es hablar de valores, y otra practicarlos.
Animar a todos los clubs de la provincia de Gipúzkoa mencionados, y recordar a los de la capital, Donostia, que es malo para nuestro rugby la orientación que le están dando, y aunque, como en todas partes hay gente admirable, tiene que promoverse una reflexión interna en cada uno de ellos, tendente a buscar gente válida que sepa gestionar proyectos humanos en grupo. Los jugadores están ahí, esperando a gente solvente. Las familias no quieren dejar a sus hijos e hijas en manos de cualquiera. Y ESE ES EL PROBLEMA. A ver si nos enteramos.
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