Hace unos veinticinco años (qué rápidos) me encontraba en Barcelona por motivos profesionales y me quedé un fin de semana porque se anunciaba la final de la Copa de la Reina (supongo), entre los equipos INEF y La Salle Bonanova, ambos catalanes. Se celebraba en el campo de Montjuich en una mañana soleada. Las jugadoras del INEF eran en su mayoría mujeres de veinticinco a treinta y cinco años, madres algunas, abogadas dos o tres, arquitectas y alguna escritora. Supongo que también algunas alumnas o licenciadas en el mismo INEF. Las mujeres de La Salle Bonanova eran más jóvenes y rápidas. Ganó bien INEF y al final del partido cogieron a su entrenador y lo tiraron al pilón. Léase el charco que había en la pista de atletismo en el obstáculo de tres mil metros que en atletismo se conoce como “la ría”. Todo eso en un ambiente dentro y fuera del campo de alegría y explosión de felicidad por parte de los espectadores por el espectáculo y por parte de las jugadoras que ganaron.
Sirve este comentario previo, porque desde hace muchos años no vemos apenas a mujeres casadas, madres, intelectuales o altas ejecutivas practicando un deporte bello y estimulante como el rugby. Posiblemente porque ha perdido el prestigio social que tenía por esas fechas y anteriores. Por evitar la etiqueta elitista universitaria, hemos depreciado nuestro deporte y desde hace unos años admitimos –cuando no los buscamos-, entrenadores de fuera o de cerca, que no tienen vocación ni preparación para dirigir grupos humanos, y los valores del rugby han ido desapareciendo progresivamente pareciéndonos cada vez más en el ambiente, en las exigencias, en el compromiso y en las formas, a esos deportes innombrables. Estas mujeres vivían un ambiente social que les compensaba ir a entrenar y jugar, porque además formaban parte de una familia numerosa que ellas habían formado, llamada EQUIPO. Y ahí confluían alegrías y tristezas, confidencias y consejos, ayudas laborales y profesionales. Todas eran una, para jugar, para la juerga, y para lo que hiciese falta. Y además jugaban, y muy bien, y sobre todo, se divertían sintiéndose fuertes y seguras. ¿Qué porqué lo sé yo? Porque me preocupé de informarme y hasta vivir un poco el ambiente en el que se movían en esas horas que todos tenemos entre los estudios y el trabajo, y las de la familia. Eso que llaman algunos ocio. Pero sobre todo, teniendo en cuenta el denigrante machismo que presidía y preside la vida social, sus formas de manifestarse eran de mujeres libres, rebeldes inteligentes, y hacían uso de ello haciendo lo que les apetecía, lo que proporciona una estabilidad emocional de la que siempre se beneficia su entorno familiar o laboral.
También tengo que decir, que eso ocurría casi miméticamente en Donostia y por extensión, en Gipúzkoa, dentro del rugby masculino. Dense una vuelta por Donostia, a ver dónde encuentran algo parecido. Tenemos que recuperar los valores perdidos, por encima o incluso debido a la crisis económica. Empezando por el Tercer Tiempo, que desde hace mucho tiempo es una pura rutina en la que los jugadores de los equipos están cada uno con su equipo, el árbitro raramente se queda, y si lo hace no se mezcla con los jugadores, y para finalizar, un poquito de variedad en lo que se ofrece, que todo no cuesta pasta. Un poquito de imaginación y otro poquito de música “nuestra” para estimular una canturriada. Que el árbitro desdramatice sus decisiones y el acta, haciendo un poquito de pedagogía del reglamento hablando con los jugadores y comentando jugadas. Los jugadores entre sí, mezclados hablando de lo que sea, pero distendidamente. Desterrar “hay que sufrir” y “disciplina” entre otros del léxico de los entrenadores, por “entrenar bien para divertirse con el juego” o “compromiso con el grupo”, huir del secretismo por parte de los delegados, hablar claro de las situaciones (económicas incluidas) para que el jugador se sienta una parte importante del proyecto, etc etc.
Otra de nuestras mujeres de rugby. Hace pocos años se celebró en el “Kote Olaizola” de Anoeta, un triangular entre Francia, Euskal Herría y España. Así, como suena. El equipo de Euskal Herría tenía jugadoras internacionales de la selecciones francesa y española, pero ese día tocaba jugar con el equipo de casa. Y como no se metieron los políticos, la cosa se desarrollo con normalidad. Hubo rugby de calidad, se jugó duro y ganó con justicia el equipo de España. Y ese día en Donostia solo se habló de rugby. Con cordialidad, como debe ser.
Intenten hacerlo ahora con las selecciones masculinas. Y es que el rugby femenino cuando se le presta un poco de atención, devuelve con rentabilidad lo recibido.
Se presenta por parte de algunos de nuestros dirigentes que el problema que tiene nuestro rugby es el bajo índice de natalidad, y eso es una falacia. Partimos de que más de la mitad de los nacimientos en Gipúzkoa son niñas, y a esa importante cantidad del nuevo censo, no se le hace ni puñetero caso. El problema de nuestro rugby es la altísima tasa de abandono al período 17-21 años por falta de estímulo e ilusión, y no vamos a entrar en ello, pues ya lo hemos tratado en varias ocasiones. Y tercera, que el rugby recoge en su práctica el 1% de los deportistas, y la estadística debe hacerse sobre este porcentaje cuantitativo, para después abordar el porcentaje cualitativo. Si procuramos trabajar para el rugby femenino, las estadísticas se disparan hacia el lado positivo. ¿En qué quedamos?
Mercado Verano 2015/16
Hace 11 años
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