Cincuentenario (II)

A efectos oficiales el rugby en Gipúzkoa empezó en la primavera de l.960, en el primer Estadio de Anoeta en partido jugado contra el equipo de Ciencias Económicas, de Deusto, al que se ganó sorpresivamente 20-0 cuando lo que se esperaba es no perder por mucho. Ahí se abrieron muchos caminos para conseguir el progreso del deporte.
El grupo llevaba año y medio entrenándose sin competir. No teníamos referencias, pero resultó que teníamos los mejores entrenadores del mundo. Sebas Silveti en lo físico, Adolfo Almirall en lo técnico y Patxi Odriozola en lo ético.
Nos prepararon como no hemos visto en ningún deporte – y tenemos experiencia en algunos- con ejercicios físicos rigurosos pero vigilados para que nadie tuviese reacciones contraproducentes, aprender a pisar, a respirar (yoga ..), a recuperarnos en esfuerzo, a conocer los límites de nuestro organismo, a dominar el centro de gravedad del cuerpo (tatami ..), a respetar al árbitro, a confraternizar con el equipo contrario, y muchos etcéteras más de lo que todavía, después de cincuenta años algunos venimos disfrutando.
En un apunte que viene muy bien por estas fechas, en aquellos momentos en los que las familias necesitaban el dinero de sus componentes en edad laboral (todo lo que se ganaba se entregaba a la madre), estos tres caballeros tuvieron la visión de que era más rentable invertir financiándose cada uno los pequeños gastos – equipamiento de entrenamiento, competición y hasta paseo (chaqueta y corbata), que buscar una modesta ficha o prima como se hacía en otros deportes. Que el rugby tenía que costarnos dinero porque era una diversión. Y resultó que la inversión mereció la pena. Socialmente éramos admirados por nuestro comportamiento dentro de la práctica deportiva, el ambiente de grupo, la alegría y solidaridad entre nosotros y deportistas de otras especialidades amateurs, y sobre todo, el impacto del Tercer Tiempo.
Esto sí que sorprendió. No se entendía que un deporte rudo, de contacto como ningún otro y con todo lo que conlleva en el transcurso de un partido, nos aplaudiésemos mutuamente haciéndonos un pasillo al final del partido, y después de la ducha, a comer, beber y cantar juntos. Cada uno tenía sus canciones –que ensayábamos a veces- y otras eran especialidad individual,! que había que aguantarlas ¡. Como algunos discursos antes de las recepciones del tercer tiempo. Sobre todo en Francia. ¡Qué ladrillos¡ Y nosotros viendo la comida en la mesa con un hambre … Y la autoridad de turno “gustándose” dale que te pego. Eso sí, cuando por fin terminaban, se llevaban una ovación.
Como casi todos trabajábamos y la mayor parte también estudiábamos, era frecuente que dentro del ámbito del equipo se facilitasen contactos profesionales, operaciones comerciales y hasta puestos directos de trabajo. A este respecto, en las solicitudes se preguntaba sobre si el opositor al puesto practicaba deportes, y tenemos motivos para creer que el que más puntuaba era el rugby. Y no es forofada.. Era sinónimo de honestidad y señorío. Intelecto y generosidad. Porque eso es lo que se practica en el juego del rugby, si se hace correctamente de acuerdo con su espíritu. Las formas por encima del resultado. La desmitificación del triunfo. La competitividad pero con generosidad. No vale todo para conseguir los fines. El rugby es un vehículo para andar por la vida con ciertas ventajas, pero hay que respetar los códigos éticos siempre, en todas las ocasiones. Ser rugbyman auténtico es una marca social. O debería de serlo. Depende de nosotros, y de nuestros educadores deportivos. Buen rugby para toda la familia.

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